Amelia Huapaya
En la historia de la música peruana co existen aquellos que se paran en un escenario y aquellos que son los generadores de los espacios donde tenemos el honor de compartir. No por eso uno es menos artista que otro, por el contrario forman un eje de coexistencia, una dupla o complemente imprescindible para el arte.
Amelia Huapaya era ambas cosas y además de eso también era amiga, gran bailarina de valses y polkas, atenta oidora de confesiones, guardiana de la música criolla, punto para los chistes, salvadora de gente, resguardaba en las paredes de ‘La Oficina’ o donde pudiese a aquellos que necesitaban una mano y además una gran mecenas.
A los que nos vio hambrientos o sin un sol en la mano nos brindó comida y cobijo cuando lo necesitamos, y más si éramos amantes/estudiosos/aficionado acérrimos de la música que se encontraba en La Oficina.
Es triste pensar en tu ausencia física, pero son muchos más los recuerdos y anécdotas alegres que nos dejas Amelia querida. Tus abrazos, tus palabras de aliento, los valses bailados juntos y acompañarte a bailar marinera limeña son recuerdos imperecederos.
Algunos no pudimos despedirnos y aunque duela la vida es así de dura y efímera y nos lo demostraste en ese jamás bajar los brazos, en esa sonrisa a veces quebrada pero firme, en ese guardar las dolencias porque el espectáculo tiene que seguir.
Gracias por tu entereza, por resguardar ese espacio hermoso donde muchos nos formamos, gracias por todo, pero sobre todo gracias por el amor a tu manera porque así también te recordamos… con la sonrisa cálida, los abrazos largos y la palabra lista.
Gracias por tu entereza, por resguardar ese espacio hermoso donde muchos nos formamos, gracias por todo, pero sobre todo gracias por el amor a tu manera porque así también te recordamos… con la sonrisa cálida, los abrazos largos y la palabra lista.
Y por supuesto, aquí con el gran maestro, tu hijo Aldo Borjas.
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