Los xenofóbicos no bailan
La danza juega entre el movimiento y la ausencia de ello.
Una de las formas del movimiento es mudarse de espacio geográfico, ya sea
dentro de un aula, de calle, de metro cuadrado, o de país. Moverse es una ley
universal, la forma y el lugar es una elección posible. Y tú, no te mueves hoy
igual que hace 20 años atrás.
La danza también es migrante e inmigrante. El trap que
coreas en las fiestas no es de tu país, ni el reggaetón ni el hip hop, no es
nacional la influencia del vals ni la cumbia, no son originarios los
villancicos ni la música de cámara, no es propio el jazz, la zarabanda ni el
ballet ni el yoga. Ni el tiempo en 6/8 ni la escala musical en la que tocas, ni
la música que te gusta ni el idioma en el que hablas; el vals cambió de
domicilio y se baila diferente en otro país. Migró Baryshnikov y se muda
Michael Fonts; migró Susana, y se refugió por años en otro hogar Caetano. No es
de tu país ni el que fundó tu nación ni el pasaporte de tu bisabuelo, busca en
tu origen.
Solo el movimiento del lugar que uno entiende como propio,
solo romper la barrera del espacio, la búsqueda de un nuevo destino es lo que
habilita la formación de nuevas ideas, salir del parámetro; romper las
fronteras.
Los xenofóbicos conservadores de espacio, de creencias
religiosas y de otros bienes universales no se mueven, no modifican las ideas, no
abren las ventanas ni renuevan el aire, no innovan, no arriesgan, no se mueven,
no bailan.
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